-¡Atentos! Reservistas, vamos a seleccionar quienes irán al servicio militar y quiénes irán a ver si el asunto de la gravedad esa se cumple allá, en aquel abismo-, dijo un tipo enorme vestido con una túnica como la de los soldados espartanos de la película, señalando hacia un precipicio.
El tipo comenzó a caminar, examinando uno por uno a los soldados reservistas, entre los cuales me encontraba, formados en una perfecta línea recta. El reclutador iba mirando uno por uno a los espartanos, que promedio medían un metro noventa. El reclutador llegó hasta mi posición, y, alarmado dijo: "a este le falta la cabeza". Lentamente el reclutador fue bajando treinta centímetros hasta encontrarse con mi cabeza. Me miró. Lo miré. Me quitó los lentes. Se sorprendió un poco; los examinó en detalle, los olió, se rascó la nuca y luego los dejó caer. Yo a esa altura no estaba seguro si quería matarme o si quería... bueno... conocernos más. El reclutador me tomó de la túnica con una mano y me lanzó sin mucha dificultad al abismo. Mientras caía se me cruzaban una serie de pensamientos relacionados con mi infancia, con el teorema de Descartes, con la conductora de Kubik, con Máximo Goñi en un bikini de dos piezas rojo, etc. Lo normal en esos casos.
Caí parado. El hermano de mi amigo ya no estaba frente a mí, aunque podía verlo a lo lejos, dentro del gimnasio.
"Macho es el que prueba y no le gusta", me decía la vendedora de tortas fritas añejadas de la feria de los domingos, que aparentemente había olvidado que era Miércoles y que no nos encontrábamos en la feria. "No, le agradezco", le contesté. Volví a mirar hacia dentro del gimnasio y me encontré a un grupo de musculosos señores mirándose sus cuerpos transpirados en unos amplios espejos, comentando lo maravilloso de aquel músculo de acá abajo que le salió esta última semana. "Mirá, mirá como tengo el bícep. Vení, vení, tocá, tocalo" Decía uno de ellos. Los demás no le prestaban atención, estaban muy ocupados mirándose en el espejo.
- ¿El señor desea una inyección de creatina para caballos?- Me preguntó el mayordomo del gimnasio. "No gracias, Bautista". Le respondí. El criado se mostró un poco decepcionado y metió la jeringa dentro de una bolsa, de mala gana. Me pareció escuchar cómo murmuraba " ¿Y este qué se cree?,
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