Nuestros bisabuelos y la confederación

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Viejo afiche republicano

viernes, 6 de julio de 2007

LA COBARDÍA INTELECTUAL DEL PERIODISMO DEPORTIVO

En el Uruguay ser periodista deportivo brinda una impunidad pocas veces vista. Esa impunidad podría ser superada por la de algún militar fascista, por la de algún civil fascista, por China Zorrilla o por Ruben Rada. Hagan lo que hagan, de algún modo siempre se justifican y nunca pagan por sus crímenes (torturas y asesinatos; usurpación del poder; mitomanía; escribir la canción aquella del “poio y melón”). Sin embargo, la impunidad del periodismo deportivo es diferente a los antes mencionados, pues se trata de una impunidad colectiva.
Aparentemente ser periodista deportivo significa, además de decir una y otra vez lo mismo frente a una cámara como si de un gran descubrimiento se tratase, formar opinión. Y no solo con respecto al deporte. Esa impunidad consiste, no en decir “la mejor manera de jugar al fútbol es tratando bien la pelota” o “tenemos que jugar a la nuestra”; sino más bien “la violencia en el fútbol se debe a la gran cantidad de energúmenos que van a la cancha a consumir estupefacientes” o “los violentos de siempre son violentos porque se inyectan marihuana y saltan sin remera de espaldas al partido” (Da Silveira dixit).
Detrás de esta impunidad se puede ver la sombra de la cobardía. Entonces los mismos que hablan de si en Uruguay se puede defender con línea de tres o de cuatro con cara (y vocabulario) de estar hablando acerca de la teología de la liberación, ni bien son criticados responden con más soberbia aún, con calificativos como “éstos pseudos intelectuales” o “intelectualoides” en referencia a todo aquel que marque sus falacias o contra todo aquel al que lisa y llanamente no le interese el tema.
Los espacios destinados al fútbol en los medios son exagerados, abrumadores, reiterativos, innecesarios. Y para peor, los periodistas son más o menos los mismos, que no solo vienen repitiendo el mismo discurso año tras año, sino que lo hacen en un mismo día. Si uno se toma el desagradable trabajo de escuchar a Da Silveira en la radio a la mañana, leer su columna en el diario, verlo en la tele cada vez que aparece (por día) uno encontraría con asombro que a veces ni siquiera cambia una sola palabra en los “conceptos” que “vierte”. Pero eso no queda por ahí.
A veces los periodistas hacen campañas políticas (como Niembro en Argentina con sus felatios permanentes a Mauricio Macri) donde todo es muy evidente; en otras ocasiones podemos ubicar mensajes de una invalidez o de una cobardía intelectual enorme. “Este equipo, si no cambia su modo de juego, no va a ganar”, dice el periodista. Si el equipo pierde, el periodista dirá: “lo dijimos. Con este esquema de juego y con este técnico tan obstinado este equipo no podía ganar”. Pero si el equipo gana, el periodista dirá: “Lo dijimos. El equipo necesitaba cambiar y lo hizo, por eso dio vuelta el resultado y consiguió la victoria”. Así no hay forma de equivocarse. Porque los periodistas nunca se equivocan. Si la realidad no confirma el pronóstico, se modifica la realidad, o se realiza un pronóstico tan ambiguo que se hace imposible cometer un error. Entender a un periodista deportivo sin entender este fenómeno de ambigüedad es más difícil que entender al peronismo.

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