Chiquilines, tenemos que hablar. Llega un momento en la vida de todo ser humano en que Satanás (los científicos le llaman “hormonas”) propicia el comienzo de una etapa muy difícil en nuestro desarrollo como personas. El nene y la nena comienzan a sentir cosquilleos y deseos que deben contenerse. Y, por supuesto, la única manera de corregir esas desviaciones demoníacas es la represión. La manera de evitar que Satanás juegue con tus deseos pecaminosos es no hablar del tema con nadie, ya que todo esto es oscuro, maligno, sucio, perverso. Y nada de tocarse, eh. ¡No se toquen ahí! ¡Chiquilines, por favor no se toquen ahí!
Aunque las ganas de tocarse o acariciarse sean muchas no hay que hacerlo. A menos, claro, que desees morir. Porque si te tocás, te morís. Pero no sin antes sufrir los peores tormentos de los que solo Lucifer es capaz de idear (o dios cuando toma alguna copita de más y se pone cómico). Así que, ¡no te toques ahí!
Primero se te desprenden los genitales y caen al piso en caso que seas varón; o se te cae la piel como consecuencia del ácido que producen las partes pudendas al tomar contacto con tus manos si sos nena.
Luego se te caen los dedos, se van desprendiendo uno por uno. Lo mismo pasa con las manos y los brazos, se te corroen y luego se caen. Y las penurias siguen. Si te tocaste mucho los ojos comenzaran a estar desorbitados por un tiempo para luego desprenderse del cráneo, los dientes se te irán cayendo de modo muy doloroso, se te va a caer el pelo por completo y posiblemente te salgan hemorroides en la boca.
Si no querés que te pase eso, portate bien. No te toques ahí, no pienses en eso, no hables de eso y no preguntes de eso. A menos, claro, que el cura de tu parroquia te diga que toques ahí, que pienses en eso, que hables de eso o que preguntes de eso. Y nada de contarle a papá y a mamá. Lo que pasa con el sacerdote queda entre él y vos, porque dios lo quiere así. Sean buenos niños.
Nuestros bisabuelos y la confederación
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